Como todos los domingos la Comunidad se reúne para celebrar el día, primero con la oración y luego con el diálogo. Durante la semana cada uno de nosotros está inmerso en sus propias labores y, aunque es norma no hablar, tampoco la tarea pone mucho de su parte para poder hablar con los Hermanos. Esta conducta, que suele extrañar mucho al visitante poco adentrado en reglas de convivencia, es más practicada de lo que parece en enormes comunidades que reciben el nombre de ciudades. En esos sitios se evita el diálogo aún siendo necesario para vivir.
En comunidades más pequeñas, como las que surgen en el ámbito del vecindario, véase "barrio", "calle", "portal" y más tristemente "familia", también se evita con mayor frecuencia el diálogo y con sorpresa puede notarse que entre ellos mismos se desconocen y, que incluso cuando hablan sus lenguajes son diferentes. Quizá han decidido no oirse y se limitan a defender su puesto.
Nosotros procuramos no hablar, es decir, no pronunciar palabras. Hemos preferido que otra clase de lenguajes nos haga conocer mejor: el lenguaje de los hechos de cada día, el de las tareas compartidas -aunque silenciosas-, el de la ayuda y la comprensión. Aquí la ausencia de ruido es una opción admitida como forma orante, aunque suene extraño.
13 agosto, 2006
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