Así es. No es tan necesaria la palabra para indicar, para decir, para confirmar. El lenguaje de las palabras nos introduce en un código de ruidos orquestales, de vacíos desaparecidos para entrar en la sintonía del otro y manifestar lo que pensamos. Pero resulta verdaderamente asombroso comprobar hasta qué punto sobran muchas de las palabras que utilizamos cada día, en cada momento. Parece impensable en el ser humano, nacido según han dicho algunos para llegar a la cumbre de la comunicación entre animales semejantes a él, por medio de un código formado por palabras. Pues, a pesar de esto, todavía no hemos dejado bien claro cada matiz de ése código ruidoso, porque las mismas palabras según se entonan, según se agrupan, según en qué momento se pronuncian son una alabanza o un desprecio. Y pueden ser causa de enfados, de enemistades, de finales amargos y hasta de tragedias.
Sí, es cierto, hay bellísimas páginas que describen encuentros de amor sólo imaginables con palabras, las que se dice fueron pronunciadas en este o aquel momento, de esa única manera, en tal incomparable circunstancia... No en vano, la palabra puede ser hermosa, cercana e incluso, en su lugar más alto, hasta Proyecto: "En el principio existía la Palabra".
Pero, ¿necesariamente la palabra debe ser pronunciada? Estas mismas palabras que estás leyendo, de no abrir la boca, no se escuchan: se dejan caer en tu interior. Las atrapas en el pensamiento, en el rincón de las ideas, donde mejor se mastican y se guardan.
El silencio no es enemigo de la palabra. Es más bien un buen instrumento para dejar a la palabra en el mejor de los sitios dentro de uno mismo, quizá su mejor consejero.
Defendiendo al silencio haremos huecos para meditar lo que hacemos, lo que pensamos, lo que decimos. El ruido suele ser enemigo de la idea, de la paz inspiradora, de la palabra amiga.
Para una palabra amiga debe haber un silencio amigo que la comprenda, que la asimile.
No todo se arregla hablando en exceso; más bien no se arregla nada.
Ama el silencio para decir lo que sientas.