26 agosto, 2006

Amigo Silencio

Así es. No es tan necesaria la palabra para indicar, para decir, para confirmar. El lenguaje de las palabras nos introduce en un código de ruidos orquestales, de vacíos desaparecidos para entrar en la sintonía del otro y manifestar lo que pensamos. Pero resulta verdaderamente asombroso comprobar hasta qué punto sobran muchas de las palabras que utilizamos cada día, en cada momento. Parece impensable en el ser humano, nacido según han dicho algunos para llegar a la cumbre de la comunicación entre animales semejantes a él, por medio de un código formado por palabras. Pues, a pesar de esto, todavía no hemos dejado bien claro cada matiz de ése código ruidoso, porque las mismas palabras según se entonan, según se agrupan, según en qué momento se pronuncian son una alabanza o un desprecio. Y pueden ser causa de enfados, de enemistades, de finales amargos y hasta de tragedias.
Sí, es cierto, hay bellísimas páginas que describen encuentros de amor sólo imaginables con palabras, las que se dice fueron pronunciadas en este o aquel momento, de esa única manera, en tal incomparable circunstancia... No en vano, la palabra puede ser hermosa, cercana e incluso, en su lugar más alto, hasta Proyecto: "En el principio existía la Palabra".
Pero, ¿necesariamente la palabra debe ser pronunciada? Estas mismas palabras que estás leyendo, de no abrir la boca, no se escuchan: se dejan caer en tu interior. Las atrapas en el pensamiento, en el rincón de las ideas, donde mejor se mastican y se guardan.
El silencio no es enemigo de la palabra. Es más bien un buen instrumento para dejar a la palabra en el mejor de los sitios dentro de uno mismo, quizá su mejor consejero.
Defendiendo al silencio haremos huecos para meditar lo que hacemos, lo que pensamos, lo que decimos. El ruido suele ser enemigo de la idea, de la paz inspiradora, de la palabra amiga.
Para una palabra amiga debe haber un silencio amigo que la comprenda, que la asimile.
No todo se arregla hablando en exceso; más bien no se arregla nada.
Ama el silencio para decir lo que sientas.

13 agosto, 2006

Hoy es fiesta

Como todos los domingos la Comunidad se reúne para celebrar el día, primero con la oración y luego con el diálogo. Durante la semana cada uno de nosotros está inmerso en sus propias labores y, aunque es norma no hablar, tampoco la tarea pone mucho de su parte para poder hablar con los Hermanos. Esta conducta, que suele extrañar mucho al visitante poco adentrado en reglas de convivencia, es más practicada de lo que parece en enormes comunidades que reciben el nombre de ciudades. En esos sitios se evita el diálogo aún siendo necesario para vivir.
En comunidades más pequeñas, como las que surgen en el ámbito del vecindario, véase "barrio", "calle", "portal" y más tristemente "familia", también se evita con mayor frecuencia el diálogo y con sorpresa puede notarse que entre ellos mismos se desconocen y, que incluso cuando hablan sus lenguajes son diferentes. Quizá han decidido no oirse y se limitan a defender su puesto.
Nosotros procuramos no hablar, es decir, no pronunciar palabras. Hemos preferido que otra clase de lenguajes nos haga conocer mejor: el lenguaje de los hechos de cada día, el de las tareas compartidas -aunque silenciosas-, el de la ayuda y la comprensión. Aquí la ausencia de ruido es una opción admitida como forma orante, aunque suene extraño.

10 agosto, 2006

Lo primero es lo primero


Si me acerco a mis obligaciones diarias con ánimo de acabarlas pronto porque otras cosas están en primer lugar, me estoy creyendo que lo que llamo obligaciones en el fondo para mí no lo son.
Y si lo son de verdad y pienso que no lo son habrá tormentas en mi forma de actuar y puede que repercuta en otros miembros de la comunidad.
Y si no son obligaciones y además creo que no lo son es que me gusta pensar que tengo cosas importantes que hacer, pero son ideas ocasionales, como dentro de un juego que en el fondo me divierte.
El verdadero problema aparece cuando oigo decir a otros, especialmente si no acabo mis tareas, que debe haber motivos muy importantes para que yo no cumpla bien con mis obligaciones.
Entonces las obligaciones lo son. Y dejan de ser importantes las cosas que vienen en segundo lugar derechas a ponerse delante.
Por eso he ido aprendiendo a hacer las cosas que de verdad hay que hacer, por más que me llamen otras, más mías, más personales. Hay que hacer primero lo que va en primer lugar. No hay otro remedio: puedo perjudicar a otros y al fin también me perjudico yo.

09 agosto, 2006

Hasta el final

No piense nadie que es fácil firmar un contrato a largo plazo. Menos aún debe ser si se firma por tiempo indefinido. Y entra en campos de lo infrecuente y nada visto firmar un contrato para toda la vida. Pues frente a todo lo que digan las estadísticas sobre abandonos antes de tiempo y renuncias mil, miedos, retiros a destiempo, etc, los contratos que por convicción se firman para toda la vida son en realidad los más sólidos, por los que más apuestan quienes, estando convencidos del autógrafo que sueltan, no ven otro camino que el de la empresa que se han organizado.
Es cierto que hay personas que no serían capaces de firmar un contrato ni con ellas mismas, porque, entre otras cosas, no se conocen y no se fían de lo que podrán hacer en el futuro.
Pero hay personas que luchan hasta el final por una idea. Se dejan la piel por un amor encontrado. Mueren, al fin, sin abandonar la empresa que iniciaron.
Es el caso de Edith Stein: su vida de pasos de convencimiento lo demuestra. Tardó en encontrar lo que ella llamaba "la verdad". Pero así que supo por dónde se iba ya no dejó el camino. Y en esa senda llegó hasta la muerte. Fue en Auschwitz, un 9 de agosto de 1942.

08 agosto, 2006

Todo y nada


Lo dejé todo. Tiempo atrás tuve cuantas cosas puede desear hoy una persona, siempre que no le pida a la vida estar en el espacio de los más privilegiados (?). Tuve un buen empleo y un buen sueldo y una buena familia y un buen coche y una buena casa y buenos amigos y buenos proyectos y buenos momentos. Pero la vida no utiliza siempre el mismo tipo de letra para las cosas que escribe. ¿Un Job moderno? Hay muchos hoy. Y, como el de la Biblia, no han dejado lo que tenían por capricho personal, o porque se levantaran con ganas de no tener nada. En muchos de los casos estos modernos pacientes se han encontrado con la postura de tener que dejarlo todo, que no tiene nada que ver con la de querer hacerlo. Tener y querer aquí no se conocen.
Con el tiempo creo que ya no sabría volver a tener tanto. Creo que es suficiente caminar con lo poco que tengo. Es más que suficiente.
En ocasiones el todo y la nada se confunden. Puede decirse que parece que tengas todo y estés tan vacío como la propia nada.
A mí me ocurre que, pareciendo que me lleva la vida sin nada, por dentro de mí mismo estoy repleto de todo.

El sendero del monte


Tener que andar por donde nunca has andado, casi siempre en la oscuridad, buscando un llano que sabes que existe por algún lugar del monte... no es que me guste.
Este sendero está lleno de piedras, tierra suelta en las orillas y zarzas, maleza que a veces invade el trazado de años con osadía, como queriendo borrarlo. Y quizá no lo consigue porque hay bastante gente andando por esta ruta, eso sí, a distintas horas, en días diferentes. Quiero decir que no soy el único que trata de localizar el llano.
Mientras llega ese momento voy aprendiendo a buscar refugio cada noche, a dormir con cierta seguridad, sin miedo a los animales y a las ideas que no tienen casa.
Por aquí el camino no es siempre igual. He pasado lugares poco transitables, o peor aún, desanimadores, de los que te dan un empujón invisible para derribarte cuando te dejan sin ilusión y sin esperanza. Pero se han ido superando: todo consiste en detenerse, no aparentar prisa y fijar la atención en otro punto del paisaje, como dando a entender que la senda la va a hacer otro. Entonces me tomo un tiempo de descanso, repaso los éxitos de otras jornadas y cuando desbordo de gozo vuelvo a andar.