- No me has dicho si estuviste bien aquí el último día.
- Ya, perdone.. me fui tan rápido al final que olvidé casi despedirme. Se me hizo bastante tarde al acabar la oración de vísperas.
De eso ya me di cuenta: te vi salir de la capilla con bastante rapidez y supuse que habías estado con nosotros demasiado tiempo. Pero, dime...
- Sí, sí, desde luego, se me fue el tiempo volando. Pude reflexionar, pude orar solo y luego con la comunidad. Estaba solo pero no me sentía solo.
- Es cierto que no pudimos hablar durante mucho tiempo, pero... bueno, fue una forma de comenzar.
-Ya lo creo. Aquí me parece que puedo decir lo que pienso sin disfrazar cómo lo siento.
- Verás: me dijiste que no has llegado a saber por qué ha terminado mal tu matrimonio, por qué después de varios años de noviazgo y más de diez de vida conyugal todo desapareció de pronto... en unas horas. Parece ciertamente difícil que unas horas destruyan la convivencia de tantos años. Todo apunta a que ya las cosas no te iban bien desde hacía tiempo y que, quizá has venido diciendo en tu hogar lo que pensabas pero no cómo lo sentías de verdad.
- Aunque resulte difícil de admitir, en mi propia casa me resultaba complicado hablar con claridad sobre todo lo que pienso. Quizá enfocaba las cosas desde el ángulo que menos daño hacían.
- ¿A qué daño te refieres?
- No se trata de una cosa sola. Ella y yo no veíamos de la misma manera la forma de llevar la casa, la forma de distribuir el dinero, de gastarlo, la forma de educar en ciertas cosas a nuestros hijos y, sobre todo, me parece, no veíamos de la misma forma cómo entender la fe dentro de nuestra familia.
- Sí, sí lo es padre. Es católica. De hecho la conocí realizando tareas parroquiales en un barrio próximo al mío.
- Entonces no sé dónde están las diferencias. Porque... vamos a ver... cuando tú viniste al monasterio la primera vez, claro, ya estabas casado.
- Sí, fue hace cuatro años. Vine con un primo mío. Quería entrar un momento y estuvimos unas dos horas. Era septiembre.
- Lo recuerdo, sí, era septiembre. Teníamos aquí a dos personas en la hospedería y se agregaron a nuestra conversación al vernos en el jardín del claustro.
Pero, volviendo a tus diferencias conyugales, tú eres creyente, ¿no?
- Sí, padre, soy creyente. Soy católico.
- Entonces lo que puede pasar, déjame ver si acierto, es que ella y tú no véis de la misma manera la forma de ser creyentes.
- Pues con un planteamiento muy breve, así es.
- El otro día, con tanta cosa como hablamos sobre el monasterio, los oficios de los monjes en su vida diaria y la propia oración... se nos fue el tiempo y no llegamos aún a hablar bien de todo esto.
- Ya, pero es que se fue la tarde sin darme cuenta. Y tampoco podía quedarme mucho más: estar a casi cincuenta kilómetros de mi casa tiene sus inconvenientes. He pensado si venir por aquí para quedarme varios días cuando tenga vacaciones...
- La hospedería es para eso. Ven cuando quieras, pero me llamas primero unos días antes por si está todo ocupado. Viene más gente de lo que parece.
Pero, hijo, no acabo de entender. ¿Vuestro noviazgo supuso un alejamiento de la Iglesia?
- No.
- ¿Aceptábais el matrimonio católico y os casásteis por la Iglesia de común acuerdo?
- Sí.
- ¿Asistíais a la misa del domingo en el noviazgo y frecuentábais los sacramentos?
- Sí, padre. Estuvimos todo el noviazgo en contacto con la parroquia, incluso ayudamos mucho al sacerdote en las catequesis, en los cantos... Siempre juntos.
- ¿Y ninguno de los dos demostró aburrimiento o cansancio en todo aquello?
- Pues no. Creo que no. Pienso que lo pasamos muy bien y que nos dio mucha experiencia en el trato con niños, familias... A mí me gustó todo aquello y creo que a ella también.
Pero después todo cambió. La boda puso fin a todas esas actividades y las ocupaciones que nos rodearon en poco tiempo invadieron buena parte de nuestro tiempo libre.
- Lo comprendo. Dejaste de ir a la iglesia y te dedicaste a hacer números para que las cosas que se compraran se fueran pagando con cierta tranquilidad.
- Bueno, no exactamente. Sí hubo que dedicarse a hacer números, porque lo cierto es que cuando empiezas, si hay algo abundante son los gastos.
Fue ella la que dejó de ir a la iglesia.
1 comentario:
mi pareja esta bautizado pero no es practicante.
Yo, tengo un gran amor a Cristo, pero ya no practico y no creo agradar mas a dios como antes, soy buena persona; trato a mi prójimo como a mi misma o mejor que a mi.
ya no voy a misa.ya no confieso ante un sacerdote. me pesa a veces.
¿cuando la realidad empieza a superarnos?
Me parece que dios me pone enfrente todo lo que hago mal.
Creo en Dios y lo extraño, pero aún asi, aún agradeciendole todo desde lo mas profundo de mi alma, no consigo ir a misa.
¿como son los tiempos de Dios?
BUEN VIENTO Y BUENA MAR!
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