15 julio, 2007

Trabajos de noche y día

- ¿No me has dicho que todo vuestro noviazgo se vivió a medio camino entre el trabajo de cada uno y algunas tareas en la parroquia? ¿No me dijiste que la conociste precisamente en ese tipo de actividades? Parece muy extraño que, así bruscamente, sin una aparente causa, se deje todo eso.
- A mí me pareció siempre muy entusiamada con todo lo que surgía en torno a los grupos que llevábamos: las sesiones semanales de catequesis, el pequeño coro de los domingos, algún campamento en verano... Éramos unos cuantos, casi de la misma edad. El sacerdote tampoco era mayor porque en esos años no tenía aún los cuarenta y conectaba muy bien con todos nosotros.
- Pero el caso es que ella, de pronto, lo dejó todo... ¿al casarse?
- No recuerdo muy bien si al casarse o cuando tuvimos el primer hijo. Eso es: fue cuando nació nuestro primer hijo. De pronto nos vimos envueltos en una colección de responsabilidades que hacían pequeñas las de los pagos de la casa. Supongo que es lo que le pasa a todo el mundo, que te desborda el tren de cosas que se te viene encima: biberones, falta de sueño, lloros interminables, paseos nocturnos por la habitación... y vuelta a empezar con los biberones. Cuando a ese circuito se le añade el trabajo durante el día entonces ves que tienes hijo para rato. Nos turnamos en cada cosa, con ese hijo y con el otro. Tenemos dos.
- ¿Nos turnamos?
- Quiero decir que puse biberones, bañé a los niños, les di paseos hasta que se durmieron... como ella. Y no me pesa, no lo digo más que porque fue así. Son mis hijos también.
- Si eso es así, ¿piensas que la ayudaste mucho en todo eso?
- Al principio, cuando no hay costumbre y llegas cansado a casa y te espera otra sesión de horas pero con mayor paciencia, pues piensas que tienes que ayudar a tu mujer, claro, para que no se deprima y enferme, porque hay veces que todo se ve muy negro. Entonces piensas que la ayudas. Luego dejé de creer eso, es decir, es un error pensar que haciendo todo eso con los hijos estás ayudando a tu mujer. No es así porque esa tarea es de los dos y, en cualquier caso la ayuda es mutua.
En esa época yo llevaba varias cosas además de mi trabajo, alguna remunerada y alguna por amor al arte, que no todo se hace por ganar más.
- Ya... no todo.
- Y no siempre vuelves a casa con el mismo humor. Pero en esto de los hijos, viendo que sin ti no pueden hacer nada, recién nacidos y aún más tarde, negarse a hacer todo eso parece una actitud muy egoista. No, no ha quedado más solución que aprender a cambiar pañalitos. Jajaja. Y no lo hacía nada mal. Terminas con mucha práctica y cuando ya lo dominas no les hace falta nada de eso. En el fondo se pasa muy rápido.
Lo recuerdo como una temporada muy larga, que dejaba poco tiempo para el descanso, muy poco. Pero no me pesa en absoluto. Hoy me hace sentir bien.
- Y en medio de ese ajetreo, tan normal, por otra parte en una familia joven, tú... ¿cómo llevabas lo de seguir acudiendo a la iglesia?
- Pues no digo que lo llevaba bien ni mal. Buscaba un hueco el domingo y me iba.
- ¿Te ibas solo a la iglesia? ¿Buscabas un hueco... y te ibas?
- Sí, sí me iba. Mientras los niños fueron bebés quizá una vez no fui, no lo recuerdo.
- ¿Y nunca pensaste que quizá hubiera sido mejor no ir?
- ¿Cómo? ¿Trata de decirme que no hice bien?
- Lo que quiero decir es que si eso que hacías fue una norma insalvable, de las de cumplir pase lo que pase, o sabías en qué situación se quedaba ella y cómo llevaba el quedarse sola...
- Bueno, en el fondo nunca se quedó sola... Sus padres estaban en casa. Entonces vivíamos juntos. Creo que a nadie le parecía mal que yo me fuera a la iglesia. Por otra parte en algo más de una hora ya estaba en casa de nuevo.

12 julio, 2007

Compartir la fe

- No me has dicho si estuviste bien aquí el último día.

- Ya, perdone.. me fui tan rápido al final que olvidé casi despedirme. Se me hizo bastante tarde al acabar la oración de vísperas.

De eso ya me di cuenta: te vi salir de la capilla con bastante rapidez y supuse que habías estado con nosotros demasiado tiempo. Pero, dime...

- Sí, sí, desde luego, se me fue el tiempo volando. Pude reflexionar, pude orar solo y luego con la comunidad. Estaba solo pero no me sentía solo.

- Es cierto que no pudimos hablar durante mucho tiempo, pero... bueno, fue una forma de comenzar.

-Ya lo creo. Aquí me parece que puedo decir lo que pienso sin disfrazar cómo lo siento.

- Verás: me dijiste que no has llegado a saber por qué ha terminado mal tu matrimonio, por qué después de varios años de noviazgo y más de diez de vida conyugal todo desapareció de pronto... en unas horas. Parece ciertamente difícil que unas horas destruyan la convivencia de tantos años. Todo apunta a que ya las cosas no te iban bien desde hacía tiempo y que, quizá has venido diciendo en tu hogar lo que pensabas pero no cómo lo sentías de verdad.

- Aunque resulte difícil de admitir, en mi propia casa me resultaba complicado hablar con claridad sobre todo lo que pienso. Quizá enfocaba las cosas desde el ángulo que menos daño hacían.

- ¿A qué daño te refieres?

- No se trata de una cosa sola. Ella y yo no veíamos de la misma manera la forma de llevar la casa, la forma de distribuir el dinero, de gastarlo, la forma de educar en ciertas cosas a nuestros hijos y, sobre todo, me parece, no veíamos de la misma forma cómo entender la fe dentro de nuestra familia.

- ¿Entender la fe? ¿Había diferencias de opinión respecto de la fe? ¿Es que ella no es católica?

- Sí, sí lo es padre. Es católica. De hecho la conocí realizando tareas parroquiales en un barrio próximo al mío.

- Entonces no sé dónde están las diferencias. Porque... vamos a ver... cuando tú viniste al monasterio la primera vez, claro, ya estabas casado.

- Sí, fue hace cuatro años. Vine con un primo mío. Quería entrar un momento y estuvimos unas dos horas. Era septiembre.

- Lo recuerdo, sí, era septiembre. Teníamos aquí a dos personas en la hospedería y se agregaron a nuestra conversación al vernos en el jardín del claustro.

Pero, volviendo a tus diferencias conyugales, tú eres creyente, ¿no?

- Sí, padre, soy creyente. Soy católico.

- Entonces lo que puede pasar, déjame ver si acierto, es que ella y tú no véis de la misma manera la forma de ser creyentes.

- Pues con un planteamiento muy breve, así es.

- El otro día, con tanta cosa como hablamos sobre el monasterio, los oficios de los monjes en su vida diaria y la propia oración... se nos fue el tiempo y no llegamos aún a hablar bien de todo esto.

- Ya, pero es que se fue la tarde sin darme cuenta. Y tampoco podía quedarme mucho más: estar a casi cincuenta kilómetros de mi casa tiene sus inconvenientes. He pensado si venir por aquí para quedarme varios días cuando tenga vacaciones...

- La hospedería es para eso. Ven cuando quieras, pero me llamas primero unos días antes por si está todo ocupado. Viene más gente de lo que parece.

Pero, hijo, no acabo de entender. ¿Vuestro noviazgo supuso un alejamiento de la Iglesia?

- No.

- ¿Aceptábais el matrimonio católico y os casásteis por la Iglesia de común acuerdo?

- Sí.

- ¿Asistíais a la misa del domingo en el noviazgo y frecuentábais los sacramentos?

- Sí, padre. Estuvimos todo el noviazgo en contacto con la parroquia, incluso ayudamos mucho al sacerdote en las catequesis, en los cantos... Siempre juntos.

- ¿Y ninguno de los dos demostró aburrimiento o cansancio en todo aquello?

- Pues no. Creo que no. Pienso que lo pasamos muy bien y que nos dio mucha experiencia en el trato con niños, familias... A mí me gustó todo aquello y creo que a ella también.

Pero después todo cambió. La boda puso fin a todas esas actividades y las ocupaciones que nos rodearon en poco tiempo invadieron buena parte de nuestro tiempo libre.

- Lo comprendo. Dejaste de ir a la iglesia y te dedicaste a hacer números para que las cosas que se compraran se fueran pagando con cierta tranquilidad.

- Bueno, no exactamente. Sí hubo que dedicarse a hacer números, porque lo cierto es que cuando empiezas, si hay algo abundante son los gastos.

Fue ella la que dejó de ir a la iglesia.