- ¿No me has dicho que todo vuestro noviazgo se vivió a medio camino entre el trabajo de cada uno y algunas tareas en la parroquia? ¿No me dijiste que la conociste precisamente en ese tipo de actividades? Parece muy extraño que, así bruscamente, sin una aparente causa, se deje todo eso.
- A mí me pareció siempre muy entusiamada con todo lo que surgía en torno a los grupos que llevábamos: las sesiones semanales de catequesis, el pequeño coro de los domingos, algún campamento en verano... Éramos unos cuantos, casi de la misma edad. El sacerdote tampoco era mayor porque en esos años no tenía aún los cuarenta y conectaba muy bien con todos nosotros.
- Pero el caso es que ella, de pronto, lo dejó todo... ¿al casarse?
- No recuerdo muy bien si al casarse o cuando tuvimos el primer hijo. Eso es: fue cuando nació nuestro primer hijo. De pronto nos vimos envueltos en una colección de responsabilidades que hacían pequeñas las de los pagos de la casa. Supongo que es lo que le pasa a todo el mundo, que te desborda el tren de cosas que se te viene encima: biberones, falta de sueño, lloros interminables, paseos nocturnos por la habitación... y vuelta a empezar con los biberones. Cuando a ese circuito se le añade el trabajo durante el día entonces ves que tienes hijo para rato. Nos turnamos en cada cosa, con ese hijo y con el otro. Tenemos dos.
- ¿Nos turnamos?
- Quiero decir que puse biberones, bañé a los niños, les di paseos hasta que se durmieron... como ella. Y no me pesa, no lo digo más que porque fue así. Son mis hijos también.
- Si eso es así, ¿piensas que la ayudaste mucho en todo eso?
- Al principio, cuando no hay costumbre y llegas cansado a casa y te espera otra sesión de horas pero con mayor paciencia, pues piensas que tienes que ayudar a tu mujer, claro, para que no se deprima y enferme, porque hay veces que todo se ve muy negro. Entonces piensas que la ayudas. Luego dejé de creer eso, es decir, es un error pensar que haciendo todo eso con los hijos estás ayudando a tu mujer. No es así porque esa tarea es de los dos y, en cualquier caso la ayuda es mutua.
En esa época yo llevaba varias cosas además de mi trabajo, alguna remunerada y alguna por amor al arte, que no todo se hace por ganar más.
- Ya... no todo.
- Y no siempre vuelves a casa con el mismo humor. Pero en esto de los hijos, viendo que sin ti no pueden hacer nada, recién nacidos y aún más tarde, negarse a hacer todo eso parece una actitud muy egoista. No, no ha quedado más solución que aprender a cambiar pañalitos. Jajaja. Y no lo hacía nada mal. Terminas con mucha práctica y cuando ya lo dominas no les hace falta nada de eso. En el fondo se pasa muy rápido.
Lo recuerdo como una temporada muy larga, que dejaba poco tiempo para el descanso, muy poco. Pero no me pesa en absoluto. Hoy me hace sentir bien.
- Y en medio de ese ajetreo, tan normal, por otra parte en una familia joven, tú... ¿cómo llevabas lo de seguir acudiendo a la iglesia?
- Pues no digo que lo llevaba bien ni mal. Buscaba un hueco el domingo y me iba.
- ¿Te ibas solo a la iglesia? ¿Buscabas un hueco... y te ibas?
- Sí, sí me iba. Mientras los niños fueron bebés quizá una vez no fui, no lo recuerdo.
- ¿Y nunca pensaste que quizá hubiera sido mejor no ir?
- ¿Cómo? ¿Trata de decirme que no hice bien?
- Lo que quiero decir es que si eso que hacías fue una norma insalvable, de las de cumplir pase lo que pase, o sabías en qué situación se quedaba ella y cómo llevaba el quedarse sola...
- Bueno, en el fondo nunca se quedó sola... Sus padres estaban en casa. Entonces vivíamos juntos. Creo que a nadie le parecía mal que yo me fuera a la iglesia. Por otra parte en algo más de una hora ya estaba en casa de nuevo.