24 junio, 2007

Bienvenido

- Hola... me alegro de verte de nuevo.
- Gracias, P. Gracián. Sé que no es el momento. Habíamos quedado sobre las seis de la tarde, cualquier día, no precisamente en domingo.
- No, no precisamente en domingo. Un domingo y a esta hora... es casi el momento de ir al refectorio. La comida es a la 1,30. ¿Te quieres quedar? Hoy hablamos mientras comemos: es fiesta.
- Pues... no había... ¿De verdad me permite comer aquí, con ustedes?
- Bueno, no serías el primero que come aquí sin ser de la comunidad, jajaja. Claro que puedes comer con nosotros. Hoy y cualquier día puedes quedarte a comer. Incluso, puedes quedarte el día entero si sabes adaptarte a este tipo de vida.
- Uf, quizá sí. ¿Sabe una cosa? Me quedaré a comer. Hoy estoy solo.
- Buen día para venir aquí, entonces. Este lugar es para eremitas: monjes que acompañan al Señor en su soledad. Bienvenido y felicidades.
- ¿Felicidades?
- Te llamas Juan, ¿no? Es tu santo, no tu cumpleaños. ¿O también lo es?
- Sí. Ah.. no, quiero decir que sí, cierto. Es mi santo, vaya. Gracias. Sigo teniendo 39 hasta dentro de cuatro meses, jajaja.
- Estupendo.Yo sigo teniendo 72 hasta dentro de unos segundos porque cada vez me parece que cumplo años antes: la vida es un tobogán en cuanto llegas a los 30. Comprueba por ti mismo qué permiso te han pedido esos nueve que pasan de los 30 tuyos: ninguno, se han colado sin decirte nada y lo han hecho tan rápido que visitarás el 4 a la vuelta de la esquina.
Ahí están los lavabos. Te espero en dos minutos para la bendición de la mesa. Pero, una cosa: si eres capaz de aguantar hasta las seis, podré conversar contigo una hora. O quizá prefieras descansar, pasear, acompañarnos en la oración... luego me lo cuentas.
- Sí, creo que estaré aquí todo el día. Si no le importa.
- Me importa llegar puntual a comer. Es la hora, vamos.

22 junio, 2007

Hay algo importante

- Hola, hijo mío. Oí la campanilla y vengo al confesionario... ¿Te conozco?
- No creo, padre. Estuve una vez aquí, hace unos años, pero fue de paso. No se acordará de mí, seguro. Soy Juan, aquel chico que estuvo un día nada más, en septiembre.
- Juan... Viniste con otro muchacho... otro más joven, ¿no?
- Sí, sí, padre. ¡Vaya memoria!
- Bien, creo que querías confesar...
- No exactamente, padre. Si tuviera un rato me gustaría pedirle consejo, opinión sobre ciertas cosas. O, al menos, que le pueda hablar si tiene ahora un rato.
- Ahora sí lo tengo. No hay nadie más para confesar. Y tú, ¿de verdad no quieres confesar? No todo lo que imaginas es motivo para acercarse a la confesión. Esos consejos que pides, después de vaciar el alma de todas sus cosas, aquí, en este o parecido lugar, donde el Señor escuche lo que le digas, con recogimiento, es tan bueno como hablar sin más.
- Pero... en realidad yo no pensaba...
- Dicho de otra manera: ya puesto a decir algo, ¿no será mejor que sea Dios quien lo oiga, además de oirlo yo mismo? Por ese camino llegas a su perdón. Y si no hay tiempo vienes otro día.
- No, otro día... no. Me costó venir hoy. Si vuelvo otro día es porque hoy se nos haga tarde. Bueno, si no le importa.
- No me importa. Siéntate ahí. No hace falta ir hasta el confesionario: no hay nadie más. Cuando tú quieras, esto que es una charla puede pasar a ser confesión, pero debes dar tú el paso.
- De acuerdo.
- Entonces... ¿hay algo importante que quieras contar de verdad? Te escucho, Juan.
- Verá, padre. Yo soy cristiano, claro. Quiero decir, que soy católico, o mejor aún, que soy practicante. Hay que decir esto porque ahora se distingue bien entre los que son y no son practicantes. Nunca he dejado de ir a misa los domingos, salvo si estuve enfermo o se complicó de tal manera el día que me pilló por sorpresa y luego me quedé con un malestar... Mi costumbre es ésa. Incluso en días de labor, si el trabajo no aprieta demasiado, también me acerco a la iglesia. Nunca he visto nada raro en ir a la iglesia, a misa o a estar allí, sentado, como estamos ahora, en silencio, aunque no se me ocurra nada. Hoy no hay muchos sitios de silencio.
Mis padres me llevaron siempre a la iglesia. Me eduqué en un colegio religioso, que tenía concierto con el estado y los estudios no suponían un gran gasto. A diferencia de otros compañeros, que huyeron de la iglesia cuando dejaron el colegio, yo he permanecido acudiendo cada domingo, he participado en cuanto he sabido: estuve un tiempo en un coro parroquial, fui lector , monaguillo en muchas ocasiones, catequista unos años.... Sí, la Iglesia ha estado y sigue estando muy presente en mi vida. En la Iglesia vivo mi fe.
- ¿Oyes esa campana? Creo que se hace tarde. Ven en otro momento, mejor a media tarde, después de las seis, siempre que quieras. Tengo que saber qué vas a contarme.
- Muy bien, padre. Vendré por la tarde, tan pronto pueda. Gracias por acompañarme.
- Te espero.